Es característico de ciertos sectores “necesitar” mártires. No es así como “cae el pueblo”, decía Luis Espinal, mártir boliviano, en su escrito póstumo. Celebrar, o festejar la memoria de Carlos Mugica en un nuevo aniversario de su martirio puede ser caer en la contradicción de olvidar la importancia de la vida, la urgencia de la vida.
Pero Mugica no muere porque el pueblo necesite mártires. El pueblo no quiere mártires. El pueblo ama la vida. Mugica muere -mejor dicho: es matado- porque algunos no quieren que el pueblo tenga vida.
Lloramos la muerte de Mugica, no nos alegramos “subrepticiamente” por tener una nueva bandera... Todavía recuerdo ese momento y mi honda tristeza, cada vez que se canta el Salmo “yo pongo mi esperanza en ti, Señor; y confío en tu palabra”, que se cantaba a cada instante en Solano ese 12 de mayo por la tarde gris; y cuando se canta, como con el “vamos a vencer” se me pone ligeramente la “piel de gallina”, con el perdón de la palabra.
Todavía recuerdo la ira que me surgió desde adentro cuando el superior del seminario dijo que “el que siembra vientos, recoge tempestades”. Y también la ira posterior cuando me dijeron que lo mismo dijo el Arzobispo. Superior y súbdito en una misma palabra de negación. Claro que en ese caso, no debería haber esperado otra cosa.
Pero también recuerdo a Carlos en la villa, celebrando la misa en la capillita donde me recostaba en el rincón del fondo. Y a Carlos en canal 11 en “El pueblo quiere saber”. Y a Carlos en la salita de apoyo escolar a 100 metros de la capilla y al lado de la canilla del barrio. Y -sobre todo- recuerdo a Carlos.
Recuerdo su amor incondicional por los pobres. Ese mismo amor que algunos “proclaman” (aunque, a decir verdad, esa palabra “amor” no recuerdo haberla escuchado), pero en este caso vivido, y sufrido. Recuerdo haber ido con Carlos a algunas casas del barrio. Recuerdo mi última conversación telefónica antes de ir yo a Colombia, y la última -días antes que lo maten- para ver si nos encontrábamos un domingo a la salida “del Instituto”.
Claro que una vez muerto, muchos de los que quieren a los mártires y los necesitan, no pudieron negar la sangre, pero escondieron la vida. Quisieron negar la vida que Carlos había vivido (y “morido”). Se olvidaron, o negaron, que Carlos antes que morir, vivió. Hizo una opción de vida, antes que de muerte. Carlos vivió, escuchó, aprendió del pueblo. Carlos nunca se creyó un iluminado que le explica cosas al pueblo que -como ignorante- necesite ser “concientizado”; Carlos escuchó lo que el pueblo tenía para decirle, y fue obediente a esa “Vox Dei”. Carlos cambió de vida, se convirtió a la realidad, pero para eso, se dejó enseñar por el pueblo. También desde sectores políticos se escucharon críticas a sus opciones políticas... que no eran sino las opciones del pueblo, el mismo que esos sectores proclamaban sin haber jamás escuchado. Carlos y 'pueblo' fueron las dos caras de la misma moneda del martirio.
Carlos no temió dialogar con aquellos que en las facultades gritaban allá por el 70 “-antes que nada hay que definir al enemigo”; pero dialogar no significó reconocerles la razón. Carlos -que se dejó enseñar por el pueblo- dejó que sea el pueblo el que le marque el camino, el que le señale amigos y enemigos, el que le indique desde dónde mirar la realidad para que sea verdaderamente real.
Carlos no tuvo temor a encarnar sus opciones, pero eso no significó que todo pasara por la política, o que todo fuera “blanco o negro”. Carlos se comprometió con la realidad, pero nunca con una “idea” -o “ideología”, sino con “personas” de carne y hueso: “mis hermanos villeros”.
Unos se encantaron de haberlo matado, otros se encantaron de tener un mártir más de la “causa”. Los villeros “lloraron”. Simplemente.
Hoy celebramos un día más de memoria por el martirio de Carlos, y al mirar su vida y la consecuencia en la muerte, miramos a uno que supo aprender del pueblo hasta último momento. Uno que se dejó enseñar por el pueblo, uno que todavía hoy nos sigue enseñando.
Mientras es el pueblo el que tiene hambre, el que es víctima de la violencia y la desocupación; es el pueblo el que hace colas en los hospitales, el que es sospechado por las “fuerzas de seguridad” (más lo primero que lo segundo); es el pueblo el que padece la muerte siempre cercana de los suyos; el que tiene la droga, prostitución y juego a su alcance siempre que sea ciego a los uniformes, o sordo a las voces de “mano dura”... Es el pueblo el que las padece, no los “iluminados” que desde afuera siempre corremos el riesgo de “enseñar” a los que tienen hambre lo que es el hambre, o a los que padecen la explotación lo que esta es. ¡Y sin haberla sufrido jamás!
Carlos nos enseñó lo que es estar del lado del pueblo. Y al dejarnos enseñar por él, aprender a respetar los tiempos del pueblo, los valores del pueblo, los símbolos del pueblo, sus opciones, sus pasiones, su fe...
En estos momentos de confusión, de voces que se levantan desde la represión o desde la “iluminación”, la memoria y el testimonio de los mártires nos recuerdan caminos. Carlos Mugica nos enseña y sigue enseñando a escuchar al pueblo, a dejar que sea el mismo pueblo el que nos marque el camino y los tiempos (al fin y al cabo él -no nosotros- es el que padece o goza existencialmente las consecuencias). En estos tiempos difíciles, Carlos nos enseña a dejarnos enseñar y a no escuchar las voces del resentimiento y la violencia, de la iluminación y la vanguardia. Carlos nos enseña a aprender a escuchar al pueblo. Y no es poco aprender de uno que ha dado la vida por ello.
Eduardo de la Serna
11 de mayo 2001
Misa en la parroquia "San Francisco Solano", Zelada 4771 a las 20 hs.
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