Para poder hablar de este tema -cuál debe ser hoy el rol del sacerdote católico en la Argentina-, primero tenemos que ponernos de acuerdo sobre qué es ser sacerdote. El sacerdote fundamenta toda su acción en su fe en la persona de Jesucristo y en su adhesión a la Iglesia, que es la comunidad que estableció Cristo para que a través de los tiempos, haga presente el mensaje de liberación que Él trae. Por eso tenemos que referirnos brevemente a la persona de Cristo que es el sacerdote por antonomasia. Si leemos el Evangelio, que es donde vamos a encontrar a Cristo, descubrimos dos caracteres distintos en su mensaje. Por un lado, el mensaje tremendamente exigente y por el otro el mensaje que, asumido personal y existencialmente, le da al hombre la verdadera alegría de vivir. Es importante tener en cuenta que el cristianismo es la única religión que no se traduce en un conjunto de verdades, ni en un conjunto de normas éticas. Buda les dijo a los hombres: “Yo les voy a decir cuál es el camino que conduce a la verdad”. Confucio les dijo a los hombres: “Yo les voy a indicar cuál es el camino que conduce a la dicha, a la felicidad”. Pero vino Cristo y no les dijo “Yo les voy a indicar cuál es el camino”, sino que les dijo y nunca nadie antes ni después de Él dijo: “Yo soy la Verdad, yo soy la Vida, yo soy el Camino”. Es el único hombre que afirmó ser la Verdad. Por eso para mí o se acepta que Cristo es Dios, o Cristo es un sinvergüenza, un loco. No hay otra alternativa. Pretender extraer de Cristo la divinidad para hacerlo aparecer como un hombre más o menos filántropo, me parece que es además de traición al Evangelio, no entender la conciencia que Cristo tenía de sí mismo. Y si se engañaba, por eso mismo estaba loco. O era directamente un inmoral, una persona que se presenta como lo que no es. Creo que Cristo era consciente de lo que era y lo asumía: era el Hijo de Dios. Y creo que lo importante para un cristiano es descubrir que Cristo es tan humano, precisamente, porque es divino. Cuando Passolini leyó el Evangelio de San Mateo, dijo: “No, yo no creo que Cristo sea Dios, pero creo que este hombre es un hombre fuera de serie, es un hombre divino”. Creo que en ese momento es cuando entra a vislumbrar la personalidad de Cristo que excede un poco la personalidad meramente humana. Jesucristo se presenta entonces como una persona que exige una definición radical del que lo sigue. Esto es decisivo para el rol de un sacerdote. Del Evangelio podríamos extraer muchísimos textos para demostrarlo. Voy a leer solo algunos.
En el Capítulo IV de San Mateo, cuando Jesús elige sus primeros colaboradores, sus primeros discípulos, se dice: “Caminando junto al mar de Galilea Jesús vio a dos hermanos: Simón, que se llama Pedro, y Andrés, su hermano, los cuales echaban la red en el mar, pues eran pescadores y les dijo: ‘Vengan detrás de mí, que Yo los voy a hacer pescadores de hombres’. Ellos dejando al instante las redes, lo siguieron. Pasando más adelante vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan su hermano, que en la barca con Zebedeo, su padre, componían las redes y los llamó. Ellos, dejando luego la barca y a su padre, lo siguieron”. El Evangelio, con esa sencillez espartana que tiene, no dice nada más que eso: "los llamó".
Ellos dejaron la barca, es decir su trabajo, su tarea, su padre, su familia, y lo siguieron. Comprendieron que seguir a Cristo era dejarlo todo. Y en el Evangelio veremos continuamente que Jesús dice: “El que no está conmigo está contra mí”. No se puede servir a dos señores: al dinero, al que Cristo llama la Mamona de la iniquidad, y a Dios. Porque cuál es la posibilidad de salvación para el que tiene la Mamona de la iniquidad en abundancia, para el oligarca. La de poner su dinero al servicio de la comunidad. Para el rico la única posibilidad de salvación, es dejar de serlo, es decir, dejar de tener la disposición exclusiva de sus bienes. Todo el Evangelio de San Mateo, toda la Biblia, todo el Nuevo Testamento, están colmados por esta presencia absorbente y excluyente de Cristo, que permanentemente exige una definición. Dice el Evangelio de San Mateo en el Capítulo VIII: “Viendo Jesús grandes muchedumbres en torno suyo dispuso partir a la otra ribera. Le salió al encuentro un escriba que le dijo: 'Maestro, te seguiré adonde quiera que vayas'. Díjole Jesús: ‘Las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza’”. Le está indicando “bueno, si vos me querés seguir tenés que estar dispuesto a vivir en la provisoriedad, no instalado". Por eso el burgués o el que tiene mentalidad burguesa, es el menos capacitado para entender el mensaje de Jesucristo. Porque en el fondo, la psicología burguesa es la psicología del que le tiene miedo a la vida, del que quiere acolcharse la existencia. Yo diría que el lema del burgués es: sufrir lo menos posible. Prefiero subsistir más que existir. Y Cristo nos invita a existir, y por lo tanto a sufrir. Otro discípulo le dijo: “‘Señor, permíteme primero sepultar a mi padre’, y Cristo le contestó: ‘Sígueme, y deja que los muertos sepulten a los muertos’”. Bastante duro, por cierto. Jesús aparece permanentemente así, con una gran dureza, inclusive con la gente que tiene más cerca, como su madre. Cuando Jesús se queda en el templo a los doce años dice el Evangelio de San Lucas que hacía tres días que lo buscaban cuando su madre se encuentra con él y exclama: “Pero hijo, ¿no sabías que te estábamos buscando tu padre y yo, angustiados?” En la Villa donde yo trabajo, si a una mujer se le pierde un hijo por dos horas, está desesperada. Jesús sabe, fríamente, que su madre lo ha buscado durante tres días y no se inmuta, no se le mueve un pelo. Cortó el cordón umbilical a los doce años. Y a veces tenemos treinta o cuarenta y todavía no hemos cortado el cordón. “Ah, no, qué me voy a meter en esa manifestación, pobres papá y mamá”. ¡Qué excusa fenómena! ¿eh? “Pobre mi marido, pobres mis hijos”. Pobre de mí, el día de mañana, qué van a pensar de mí mis hijos. Pobre de mí, porque si hoy los muchachos, ustedes, tienen problemas con los padres, la que se les va a venir a los que tienen cuarenta años con los hijos que tienen quince. No hay salida: o nos integramos en un cambio de esta sociedad o nos van a repudiar los que vienen atrás. Jesús sabe que su madre lo está buscando ansiosa, angustiada. No podemos dudar del amor de Jesús por su madre, sin embargo, sabe que es necesario que su madre sufra, y mucho, para que madure, para que crezca. Uno de los grandes daños que nos hace esta sociedad llamada de consumo, pero de consumo para unos pocos y de hambre para muchos, es el de hacernos creer que el amor es una cosa dulce, más o menos afectuosa. No. Por amor, muchas veces me veo obligado a hacer sufrir mucho a los seres que amo. Amar, amar verdaderamente, ¿qué es? Es buscar el verdadero crecimiento del otro; buscar que el otro desarrolle su capacidad de crear; suscitar realmente todas las potencialidades de creación, de fecundidad que hay en el otro. Y eso a veces es muy doloroso. Jesús dice: “Mi Padre es el agricultor, Yo soy la vid, y ustedes los sarmientos; y mi Padre poda la vid para que dé más fruto”. Por eso Jesús, que ama a su madre, sabe que es necesario que ella vaya pregustando la distancia que hay entre su hijo y ella, para que crezca. Y podemos decir que María realmente se realizó como mujer. Ella misma lo dice en el Magnificat, ese canto revolucionario que hace después de visitar a su prima Isabel: “Hizo en mí grandes cosas Mi Dios porque se fijó en la humildad de su sierva, y por eso todos los hombres me proclamarán dichosa”. Y es la mujer más importante de la historia humana. Está presente en millares de personas. El texto más completo, diría yo, en el que se muestra toda la terrible exigencia a la que Cristo somete a los que quieren seguirlo, está en el capítulo X de San Lucas, cuando Jesucristo da las instrucciones a sus colaboradores. Nunca en la historia de la humanidad ha habido un hombre que le haya planteado exigencias tan tremendas a sus colaboradores: “Yo les envío a ustedes como ovejas en medio de lobos. Sean prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Guárdense de los hombres porque los entregarán a los sanedrines y en sus sinagogas los azotarán. Seréis llevados a los gobernadores y reyes por amor a mí, para dar testimonio ante ellos y los paganos”. Me acuerdo que cuando hicimos un encuentro de sacerdotes del Tercer Mundo, en Villa Carlos Paz, monseñor Devoto decía: “Todas esas cosas que leemos en el Evangelio sobre que nos van a perseguir, que nos van a meter en la cárcel, nos parecían siempre tan lejanas, bueno, a lo mejor ahora Dios nos va a conceder la gracia de que no sean tan lejanas”. Recuerdo haber leído en uno de los últimos números de Cristianismo y Revolución, el testimonio de ese sacerdote paraguayo, Monzón, que fue espantosamente torturado por la policía paraguaya. Durante una semana le metieron la cabeza en una bañadera para ahogarlo y él dice que en uno de esos momentos sintió realmente la presencia de la Iglesia que estaba orando por él. Y no consiguieron arrancarle, a pesar de las espantosas torturas, la denuncia de ningún obispo, que era lo que buscaban. Y realmente las palabras de Cristo se cumplen: “Cuando los entreguen no se preocupen de qué y cómo hablarán, porque se les dará en aquella hora lo que deban decir. No serán ustedes los que hablarán, sino que será el espíritu del Padre que está en el cielo que hablará por ustedes. El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte. Serán aborrecidos de todos por Mi Nombre. El que persevere hasta el fin, ése será santo. Cuando los persigan de una ciudad, huyan a otra”. Y dice en seguida Jesús: “No está el discípulo encima del Maestro, ni el siervo sobre su amo; bástele al discípulo ser como su Maestro”. Y precisamente para el sacerdote su único Maestro es Jesucristo. Por eso es muy importante comprender lo que estoy diciendo ahora para comprender después cuál es hoy el rol del sacerdote.
“Y bástele al siervo ser como su Señor. Si al amo lo llamaron Beelzebul, cuánto más a sus domésticos”. Esto es importante. Hoy hay mucha gente que dice que los católicos tienen que estar unidos, que los cristianos deben estar unidos. Por supuesto, tenemos que tratar de estar en una tensión de unidad, pero sabiendo de antemano que a veces esa unidad no se va a realizar. El padre Arrupe, general de la Compañía de Jesús, en un documento que acaba de dar a conocer a sus sacerdotes jesuitas, dice que es hoy muy difícil aplicar lo que decía San Ignacio, el padre fundador de los jesuitas, de que todos los jesuitas deben tratar de tener un mismo sentir y una misma manera de pensar. Hay que tratar de lograrlo, pero ya en el siglo XVI San Ignacio decía “en la medida de lo posible”. En la historia de la Iglesia muchas veces, cristianos, santos inclusive, se han enfrentado con fuerza desde posiciones distintas y ambas partes buscaban mantener la fidelidad a Cristo y la fidelidad a los hombres. Dice San Ignacio: “Tener todos el mismo sentir y decir todos lo mismo, en cuanto sea posible”. “Hoy quizá sea más difícil que entonces” -dice el padre Arrupe- sobre todo cuando inciden en el campo de la investigación científica y de la opinión, los temas que suponen el compromiso social, las distintas ideologías que tienen los seres humanos e incluso los sacerdotes. Lo importante es si uno está convencido profundamente de su posición política. Sí yo estoy absolutamente convencido de que la liberación de mi pueblo pasa por el movimiento peronista, entonces no tengo que pensar que el que no sea peronista no es cristiano, o que el que no es peronista no entiende nada. Siempre tenemos que tratar de pensar que la manera de obrar del otro tiene elementos positivos de verdad, y que yo no tengo el monopolio de la verdad. En la duda, precisamente, siempre tengo que tratar de suponer que otro está en la razón, a menos que yo tenga razones en serio para pensar lo contrario. Puedo pensar muchas veces que el otro no está en la razón, por supuesto.
Si al amo lo llamaron Beelzebul, cuanto más a los domésticos, si a Jesucristo lo llamaron endemoniado, si a Jesucristo lo llamaron borracho, lo acusaron de subvertir al pueblo qué nos puede importar que nos acusen de comunistas, de subversivos, de violentos y de todo lo demás. Además, si yo, cristiano, en alguna medida no soy un signo de contradicción y no suscito simultáneamente el amor y el odio, mala fariña. No me entró el espíritu de Cristo. Si ustedes leen el Evangelio van a ver que Jesucristo jamás suscitó la indiferencia. Suscita la definición. Los fariseos, los gobernantes, los sumos sacerdotes, sobre todo los poderosos, lo tratan de endemoniado, de loco. O los hombres, adhieren a él o lo rechazan violentamente, no lo pueden soportar, porque les tira abajo toda la estantería. “Lo que yo les digo en la oscuridad díganlo en la luz, y lo que les digo al oído predíquenlo sobre los tejados”. “No tengan miedo a los que matan el cuerpo; pero al alma no la pueden matar”. Tengámosle miedo a esta sociedad que nos hace creer que la felicidad está en el tener. Primero el autito, el Fiat 600, después el 1600, después el Torino y si Dios quiere, bueno, el superauto. Así, primero el departamentito, después el dúplex, sin querer todos vamos entrando en la variante. Por más que digamos y pensemos muchas cosas, somos esclavos de las cosas. Y por eso no somos felices, por eso hay mucha gente que vive angustiada, traumatizada e idiotizada. “No tengas miedo a los que matan el cuerpo, pero al alma no la pueden matar”. “Tengan miedo más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la Gehenna del infierno”. Y Jesús, consciente de que después de todo lo que ha dicho los ha dejado medio mareados, agrega en seguida: “¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin la voluntad del Padre”. “En cuanto a ustedes, todos los cabellos de vuestras cabezas están contados. No teman, pues valen más que muchos pajarillos; porque a todo el que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de Mi Padre”. Vamos a ver ahora qué es eso de confesar hoy a Cristo. Ahí está el rol del sacerdote, que es el que tiene que hacer patente a Cristo en medio de los hombres. Pero ante todo les diré que todo cristiano es sacerdote; todo bautizado, por el hecho de haber sido bautizado, forma parte del pueblo sacerdotal. Sacerdote quiere decir aquel que es puente entre Dios y los hombres. Aquel que lleva las inquietudes de los hombres a Dios y lleva, por así decirlo, a Dios a través de su vida. A ese nuestro Dios que ya se ató definitivamente a nosotros. A ese nuestro Dios que ya no puede separarse de nosotros. Dice San Agustín, al comentar el Misterio de la Navidad: “el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios”. Ese es el maravilloso intercambio del que habla la liturgia. Y el rol del sacerdote es, precisamente, responder a ese apetito fundamental de divinidad que tiene el hombre. Sartre define muy bien al ser humano cuando dice que todo hombre es apetito de ser Dios. Y tiene toda la razón del mundo. Él, con una lógica inexorable, después de haber creído demostrar que Dios no existe, dice “porque Dios no existe, el hombre es una pasión inútil”. O como dice un personaje de Shakespeare, en Macbeth: “Si Dios no existe, el hombre es como un cuento contado por un idiota”. Es absurda la vida. Si no hay salida trascendente para el hombre, si todo termina con la muerte, dice Sartre, nunca. empezó nada. Unamuno decía: “¿A mí me van a hacer un monumento después que muera, a mí me van a hacer vivir en el recuerdo de los demás? ¿Eso qué importa? A mí lo que me interesa es que mi yo no se extinga. Eso es lo que me importa”. Y yo adhiero personalmente a Jesucristo por eso, porque a mí ni el Che, ni Mao, ni ningún ser humano me responde a ese apetito de divinidad. El único que para mí, Carlos Mugica, responde a ese apetito de divinidad, es Jesucristo, que me dice que no solo mi yo no se va a extinguir, sino que después de la muerte, a través de una existencia, otra, mi vida va a culminar. A mí Cristo me dice que no hay otra vida, no hay más que esta vida, pero esta vida es la vida uterina, el parto es la muerte y a través de la muerte yo accedo a la vida adulta, a la vida de superhombre, a la vida de hombre divinizado. Así como el mono jamás se imaginó que un día se iba a convertir en hombre, como dice San Pablo, para los que creemos en Cristo es absolutamente inimaginable cuál va a ser la condición de vida de resucitados, de hombres divinizados. Y por eso fue necesaria la Revelación, para que el hombre lo pudiera creer. El hombre nunca lo hubiera pensado por sí mismo. Eso es el Evangelio, que quiere decir “buenas noticias”. Cristo no viene a decirles a los hombres: “Yo vengo a instaurar la fraternidad entre ustedes, vengo a acabar con la injusticia social, vengo a acabar con las neurosis, vengo a acabar con todos los problemas sentimentales”, no, dice: “vengo a decirles que aunque no tengan ningún problema de injusticia social o aunque todos vivan en igualdad aunque todos vivan contentos, igual hay una instancia, una dimensión nueva que yo les vengo a anunciar. Ustedes no son meramente hombres; yo los llamo, los invito a vivir la dimensión divina”. Eso es lo original del cristianismo y es fundamental señalarlo. Yo me opongo violentamente a todos los que pretenden reducir a Cristo al papel de un guerrillero, de un reformador social. Jesucristo es mucho más ambicioso. No pretende crear una sociedad nueva, pretende crear un hombre nuevo y la categoría de hombre nuevo que asume el Che, sobre todo en su trabajo El Socialismo y el Hombre, es una categoría netamente cristiana que San Pablo usa mucho.
Sigue diciendo Jesús: “Al que me confiese delante de los hombres yo lo confesaré delante de Mi Padre y al que me niegue delante de los hombres, yo lo negaré delante de Mi Padre”. Jesús insiste en esto muchas veces. “No el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos”. No el “chupacirios” sino el que hace la voluntad de Mi Padre. Aquel que realmente con los hechos, con su compromiso, hace la voluntad del Padre. ¿Cuál es la voluntad del Padre? El amor de los hermanos. Aquel que se juega por sus hermanos, se está adhiriendo a Cristo aunque no lo sepa. Y aquel que no se juega por sus hermanos, así pertenezca a cuarenta y cinco congregaciones, así tenga familiares curas y monjas por todos lados, ése, aunque le ponga cualquier cantidad de velas a San Cayetano, no es cristiano. Será fetichista, jugará a la magia, pero en todo eso no hay nada de religión cristiana. Por eso dije antes que el cristianismo no es una moral ni es una doctrina. Hay mucha gente que cree que ser cristiano significa saber muchas cosas sobre Dios, saber mucha teología. No, el demonio sabe de teología mucho más que todos los curas juntos y ¿para qué le sirve? Dice el apóstol Santiago, en su primera carta: “Los demonios creen, pero se estremecen”. Creer, tener fe, no es saber que Dios existe. Mucha gente dice “sí, Dios existe pero a mí no me importa que Dios exista”. Creer no significa tanto saber que Dios existe como creer en Dios y, sobre todo, creerle a Dios, y esto significa: cuando yo le creo a una persona no me comprometo con esa persona, adhiero a esa persona. Y adhiero a lo que esa persona piensa. Y eso no es creer. Creer es adherir a lo que Cristo dice; en dos palabras se podría decir que es jugarse entero por los hombres. Eso es creer.
Lo que decide la amistad con Cristo es el compromiso con los hombres. De modo que hoy, un sacerdote realiza su rol sacerdotal en la medida en que se compromete hasta los tuétanos con los hombres. Hoy el compromiso de amor con los hombres es un compromiso político, en el sentido amplio de la palabra.
Añade Jesús: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz sino la espada”. Esto no hay que entenderlo como pretenden algunos, como si Cristo viniera a invitarlos a la lucha armada. Este problema lo trata Cullmann que es un gran exégeta protestante, quizás el más grande exégeta que tiene el protestantismo y uno de los más grandes del cristianismo. Es respetado inclusive por los judíos, pues existe una gran coincidencia al respecto. Es uno de los exégetas ─intérpretes de la Sagrada Escritura que se mueven con pautas científicas─ observador del Concilio Vaticano II y amigo personal del papa Paulo VI. En su libro Jesucristo y los revolucionarios de su tiempo, Cullmann señala que Cristo rechaza como satánica la tentación de erigirse en líder guerrillero, en líder político, tentación a la que lo quieren llevar algunos de sus seguidores. Tres de ellos por lo menos, según Cullmann, eran ex guerrilleros: Pedro, el primer Papa, que en la noche de Getsemaní saca rápidamente la espada y con toda precisión le corta la oreja a Malco y muestra así que está acostumbrado a usar las armas; Simón, llamado el Zelote, y Judas Iscariote. Por lo menos esos tres, dice Cullmann, habían formado parte del ejército de Liberación Palestino de la época, los zelotes, que luchaban contra el imperialismo romano. Cristo rechaza como satánica la tentación de ponerse al frente de ese ejército de liberación para liberar política y socialmente a su pueblo.
Todo esto está simbolizado en las tentaciones del demonio en el desierto. Jesús pretende crear un nuevo tipo de relación entre los hombres, pretende crear un nuevo tipo de hombre que va a llevar a una profunda revolución en las estructuras. Los primeros cristianos fueron los únicos que vivieron en comunión total de bienes, como se puede ver en el libro Hechos de los apóstoles. En el capítulo IV versículo 32, leemos: “La muchedumbre de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; y ninguno tenía por propia cosa alguna”. Fíjense que no se está hablando de los medios de producción, que casi no existían en la época de Jesús, sino de los bienes de uso. Nadie consideraba que sus zapatos eran propios; todo lo tenían en común.
No había indigentes entre ellos porque los dueños de haciendas y casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido a los apóstoles y a cada uno se le repartía según su necesidad. Marx y Lenín al postular la comunidad de bienes no hicieron más que parafrasear, copiar el Evangelio. Cuando Marx habla de dar a cada uno según su trabajo o a cada uno según su necesidad, que para mí es profundamente evangélico, no hace más que asumir ese contenido. El primer trabajo intelectual que produjo Marx, a los 17 años, es muy poco conocido y se llama La unión de los creyentes con Cristo. Es un estudio sobre el cuerpo místico de Cristo. Y cuando Lenín dice: “El que no trabaja no come”, repite lo que dijo San Pablo en el siglo I. Tertuliano le decía a un pagano en el siglo II: “Nosotros, con relación a ustedes, tenemos todo en común menos una sola cosa: las mujeres. Ustedes no tienen nada en común salvo las mujeres. Esa es la diferencia entre ustedes y nosotros”. Cómo cambiaron los tiempos. Si hoy realmente los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reforma agraria, no habría necesidad de construir ni una sola casa. Los casi tres millones de personas que viven en Villas Miserias en la Argentina, o en conventillos infames y en cuevas ─como los indios con los que estuve en Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires─podrían vivir confortablemente bajo techo sin que se construya una sola casa más en el país. Onganía reconoció que sólo en Buenos Aires había setenta mil departamentos vacíos; hoy hay ciento diez mil departamentos vacíos en la Capital Federal. Si esta fuera una sociedad cristiana, la gente de las Villas tendría derecho a ocuparlos. Ya de hecho lo han concretado en Córdoba. Un grupo de gente de una villa de emergencia se apoderó de un monoblock y allí están. No han hecho más que recuperar lo que les corresponde. Porque cuando la gente dice “esto es mio” ¿quién decidió que es suyo? El Código Civil Argentino. Pero el Código Civil fue una avivada de doscientas familias que ya se habían apoderado de las tierras y por eso podían decir: “cada uno tiene derecho a ser propietario de aquello que tiene”. Claro, si todos hubieran largado a cero kilómetro en materia de tierras, muy bien, pero los señores Pereyra Iraola y Menéndez Behety va eran dueños de media Argentina cuando dijeron “hay que respetar la propiedad privada”. La única propiedad privada que tiene la gente de las Villas es el aire. Ninguna otra.
Y sigue diciendo Jesús: “Acá he venido a traer la espada”. ¿Qué significa?’ He venido a traer la contradicción dentro del hombre. La espada significa la división interna, porque todo ser humano tiende a lo que es fácil, a lo que es cómodo. No en profundidad. Por eso en la vida es muy importante hacer lo que uno quiere. Pero son muy pocas las personas que hacen lo que quieren. Porque la mayoría de las veces las personas no hacemos lo que queremos, sino lo que nos gusta, lo que tenemos ganas de hacer. Muchas veces descubrimos que lo que tenemos ganas de hacer no es lo que queremos. Por eso no somos felices, por eso estamos angustiados. Precisamente este tipo de sociedad en la que vivimos, tiende de manera permanente, a distorsionar nuestra interioridad, a sacarnos un poco de quicio. Por eso es muy importante un valor que propone el cristianismo para los cristianos, pero que tiene valor para todos los hombres: lo que tradicionalmente llamamos la oración, la plegaria, que es la reflexión interior, que hace que el hombre viva un poco desde sí mismo. En la Biblia hay una frase en el libro del Eclesiastés: “La tierra está vacía, desolada, porque no hay nadie qué se recoja en su corazón”. Si cualquier domingo se clausuraran todos los cines, todas das canchas de fútbol, todos los hipódromos y todos los televisores, el noventa por ciento de los porteños estarían neurotizados porque tendrían que encontrarse consigo mismo. Y para la mayoría de las personas encontrarse consigo mismo es experimentar el vacío. Es encontrarse con la carencia de interioridad. Jesús precisamente nos viene a decir eso: “Toda bienaventuranza es un llamado a los hombres a vivir desde el fondo de sí mismos”. Y no desde la superficie. A buscar, no el camino del placer, sino el camino de la alegría. El camino del placer es el camino cómodo, con satisfacciones intensas pero cada vez menos profundas y más deteriorantes. En cambio, el camino de la alegría que en Cristo está unido permanentemente a la cruz, al renunciamiento, a la purificación, es el ensanchamiento del corazón. Es el camino de la creación, de la fecundidad.
“He venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y a la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su propia casa; el que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí no es digno de mí. Y el que no toma su cruz no es digno de mí”. Jesús dice que el que toma su cruz reconoce que cada camino humano es un camino original. En la visión cristiana, Dios no se repite en la Creación. Dios no ama más a uno que a otro, ama a cada uno con un amor único. con un amor original. Es como una madre sana que aunque tenga cinco hijos no ama más a uno que a otro sino que a cada uno lo ama con su amor único. En esto no se puede hablar de más o de menos.
En el encuentro de Jesús con la mujer adúltera con la samaritana, con Zaqueo, queda claro que aquel que le dice sí a Cristo experimenta una profunda alegría aunque comprenda que su vida tiene que cambiar radicalmente. Dice Jesús: “El reino de los Cielos es como un tesoro perdido en un campo; el que lo encuentra vende todo lo que tiene y compra ese campo”. Siempre es una cosa radical. Hay que vender todo.
Veamos el episodio de Zaqueo: Zaqueo era un sinvergüenza, un explotador, que se había enriquecido explotando al pueblo judío al servicio del imperialismo romano. Zaqueo era un publicano. Los publicanos eran recaudadores de impuestos; se los cobraban a los judíos para entregárselos a los romanos. Ningún judío aceptaba ese trabajo si no sacaba una buena tajada porque era despreciado por sus compatriotas. Ustedes saben que Israel era una teocracia, y que el que no pertenecía al pueblo elegido era despreciado. Esta mentalidad desgraciadamente prevaleció bastante entre los católicos, casi hasta la llegada del Concilio Vaticano II, de Juan XXIII. Los católicos mirábamos a los judíos y a los protestantes, y ni hablemos de los comunistas, de los ateos, como seres de segunda clase. Como seres humanos se salvarán por misericordia de Dios, pero de hecho eran herejes. Ir a una ceremonia judía o protestante, era como estar excomulgado. Recién el papa Juan XXIII empezó a hablar de los hermanos separados, después de los hermanos en Cristo y ahora ya directamente el Papa no habla sólo a los cristianos, sino a todos los hombres de buena voluntad. El Concilio Vaticano II dice que, en cierto sentido, pertenecen también a la comunidad de los hijos de Dios. Porque la Iglesia no es sólo una estructura jurídica, no es sólo la comunidad de los bautizados, en cierto sentido, también es la comunidad de los hombres de buena voluntad, de todos aquellos que viven de acuerdo con su recta conciencia. Todos aquellos que buscan sinceramente la verdad tal como la entienden. Entonces pueden ser ateos, marxistas, agnósticos, musulmanes, cristianos, etc., que buscan sinceramente la verdad. Que están abiertos de una manera no egocéntrica hacia los hombres. Que viven una tensión de amor hacia los otros, que además es una actitud psicológicamente sana.
En el Capítulo XIX de San Lucas, donde se habla del episodio de Zaqueo al que nos referíamos, podemos leer: “Jesús atravesó Jericó”, es Él quien viene a buscar a Zaqueo, esto es muy importante ya que es Jesús el que toma la iniciativa. Zaqueo era jefe de publicanos y ricos; trataba de ver a Jesús pero a causa de la muchedumbre no podía, porque era de poca estatura Se adelantó corriendo y se subió a un sicomoro para verlo, porque Jesús iba a pasar por allí. Es decir, Zaqueo se sube, no importa el que dirán, aunque es un funcionario, un tipo importante, se sube al árbol, tan petiso como era y no le importa enfrentar el ridiculo. Quiere ver a Jesús. El Evangelio dice que ver a Jesús, aceptar a Jesús, es salir un poco de la mediocridad, salir del qué dirán, romper un poco las pautas de la convivencia, que a veces, para una vida creadora son asfixiantes. Y cuando llega a aquel sitio Jesús levanta los ojos. Cómo no los iba a levantar si lo iba a buscar a Zaqueo y le dice: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy me vas a hospedar en tu casa”. Una de las características típicas de Cristo en el Evangelio es que a todo aquel que se abre a Cristo, en seguida Cristo se le entrega totalmente Cuando Jesús le dice a la Samaritana: “Anda a buscar a tu marido” ella le contesta “No tengo marido”. “Claro que no tienes marido ahora porque has tenido cinco, y el hombre con que estás viviendo ahora no es tu marido”. Pero Jesús no le dice todo esto para humillarla. Por el contrario, la ayuda y le hace ver que a pesar de su situación de pecadora, puede cambiar radicalmente su vida. Y a partir de ese momento la Samaritana se convierte en apóstol de Cristo. Esa mujer cree que Cristo le puede cambiar la vida. Confía y eso es muy importante. Jesús siempre tiene una mirada positiva frente al hombre.
Ya Juan XXIII advertía contra los “pájaros de mal agüero”, los profetas de la desgracia, que siempre están mirando lo negativo de los demás. Porque el ladrón piensa que todos son de su condición. Jesús no. Jesús siempre piensa que en el hombre hay mucho más para amar que para despreciar y esto en cualquier ser humano.
Hay una expresión muy linda de Juan de la Cruz, que yo creo es la expresión de lo que Cristo fue como hombre que dice: “Pon amor donde hay amor y encontrarás amor”. “Y hay un santo no muy conocido que dice: “Aquel que es puro, todo lo ve puro”.
Dijo Jesús: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa. El bajó corriendo y lo recibió con alegría”, dice el Evangelio. Con alegría. Esto es lo que yo quería señalar. El encuentro con Cristo es un encuentro en la alegría. Pero porque es un encuentro de entrega total. Al ver esto todos murmuraban por qué Jesús habría ido a comer a la casa de un hombre tan pecador. Pero a Cristo le importa un pito el qué dirán. A él le interesa esa persona.
Zaqueo, de pie, le dijo al Señor: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres. Y si a alguien he defraudado en algo, le devolveré cuatro veces esa cantidad”.
De modo que el rico se hace pobre. Jesús no le dijo nada. Pero Zaqueo, simplemente, comprende que no puede haber amistad con Cristo si no es en el cambio radical de la vida.
El Padre Arrupe en el documento que ya señalé, sobre cuál debe ser el compromiso del jesuita hoy, del sacerdote en general, señala al referirse a esa radical exigencia de Cristo: “Cuanto más verdaderamente viva toda la Iglesia el misterio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, mejor sabrá la Iglesia cómo su Señor da su vida por la vida del mundo, renunciando a los poderes malignos que defienden nuestra existencia social”. Hoy, a esos poderes malignos los podemos llamar imperialismo internacional del dinero y oligarquías nativas que son las que le chupan la sangre al pueblo siguiendo, precisamente, a ese imperialismo.
Esas minorías se han enriquecido a costa del sufrimiento del pueblo argentino y pretenden seguir usufructuando sus privilegios. En la medida en que un hombre de la Iglesia viva unido a Cristo, al misterio de Cristo, más dispuesto estará, como Cristo, a dar su vida por la causa del pueblo. “No hay prueba más grande de amor que la de dar la vida por los amigos” dice Jesús en el discurso sacerdotal de la Ultima Cena el Jueves Santo. Y Él da la vida por sus ovejas. El buen pastor de la vida por sus ovejas. Por eso el cristiano debe estar dispuesto a dar la vida. A veces pensamos “bueno, sí, voy a dar la vida por la revolución, un día me van a colgar en una columna de Plaza de Mayo”. Y hoy en día no es tan inverosímil pensarlo. Pero claro, no se trata sólo de dar la muerte, se trata de dar la vida, de dar cada instante de la existencia y en este sentido, la revolución puede ser hoy la gran alienación, la nueva alienación. “Cuando venga la revolución voy a ser un hombre nuevo, y la propiedad y los medios de producción...” mientras tanto “deme otro whisky, porque como estamos en esta sociedad de consumo...” Puede ser la gran alienación, la nueva alienación. La revolución que un día harán otros ¿no? Sartre dice algo formidable en A puertas cerradas. Un personaje que era un pacifista, para quien todo el sentido de su vida era dar la vida por sus ideas pacifistas, en el momento en que le toca dar la vida, el tipo dispara. Pero eso sí, por sus ideas pacifistas.
Sartre dice, entonces el infierno es, en el fondo, la frustración del hombre en su capacidad de amar. Y el personaje se frustró en su máxima capacidad que era la de entregar la vida en testimonio de sus ideas.
Ese hombre, atormentado por su fracaso, dice ojalá viviera un rato más para poder cambiar la opción y morir por mis ideas. La mujer que está ahí con él, en el infierno, le contesta: “aunque hubieras vivido cien años más de vida jamás hubieras hecho ese gran acto heroico”.
Porque el gran acto heroico se prepara con el pequeño acto heroico cotidiano. Yo me río de los universitarios que están en la ultra, ultra, ultra, y al día siguiente se tienen que levantar a las seis de la mañana para ir a dar sangre a un hospital y no van. ¿Por el pinchacito? Mentira, es una trampa.
Por eso es muy importante el valor que le da el cristianismo al aporte de la revolución interior.
Y tenemos que entrar en esto. Yo personalmente, como miembro del movimiento del Tercer Mundo, estoy convencido que en la Argentina sólo hay salida a través de una revolución, pero una revolución verdadera, es decir simultánea: cambio de estructuras y cambio de estructuras internas.
Como decían los estudiantes franceses en mayo del 68, tenemos que matar al policía que tenemos adentro, al opresor que tenemos adentro. Porque a veces en la facultad usamos un lenguaje revolucionario y después tratamos a la persona a la que llamamos sirvienta (¡qué lenguaje de explotadores! ¿eh?) como cualquier cosa. ¿Cómo puede permitir un cristiano que la persona que trabaja para él ─a condición de que él trabaje para otro─ coma en la cocina y él en otro lugar? ¿Yo lo haría comer en la cocina a Cristo?
Hemos prostituido todo. Por eso todas las pautas sociales de las clases, cuanto más altas peor, claro, son totalmente antievangélicas. Es el espíritu del mundo que Cristo maldijo.
El cristiano, entonces, tiene que estar dispuesto a dar su vida. A poner todas sus energías al servicio de los hombres. En el caso de los sacerdotes, ellos como hombres de Cristo deben estar dispuestos a la entrega de su vida. Por eso dice el padre Arrupe: “Ser sacerdote o ser religioso implica una radicalidad de grado mayor que la de una adherencia a una determinada opción sociopolítica”. Si hoy muchos de nuestros hermanos se juegan el pellejo por la causa del pueblo, cómo yo, sacerdote, no voy a asumir mi compromiso, aunque sea doloroso, en la lucha por la liberación de mi pueblo, denunciando las injusticias e interpelando además a los cristianos para que ocupen su lugar en la lucha.
Hoy el sacerdote fundamentalmente tiene que asumir el mensaje de Cristo. ¿Cuál es el mensaje de Cristo? Cristo viene a decirles a los hombres que tienen una dimensión divina, como dije antes, que por lo tanto tienen que vivir ya acá, en la tierra, de acuerdo con esa vocación divina.
Arrupe señala bien qué condiciones encontró Cristo. Qué mundo encontró Cristo cuando vino a él. Muy parecido al que hoy encontramos los sacerdotes.
Primero: encontró el menosprecio que aquella sociedad en la que él vivía ─como tantas otras─ tenía cultural y estructuralmente por el pobre, por el oprimido, por el hombre de condición humilde y por el extranjero. Para Cristo cada hombre es imagen y semejanza de Dios, por lo tanto, ofender a un hombre es ofender a Dios. Y el rol del que es ministro de Cristo es asumir la defensa del hombre, y sobre todo del pobre, del oprimido. Hay gente que dice: “Ah, ustedes los sacerdotes, tanto hablar ahora de los pobres, ¿por qué no se ocupan de los ricos?” Creo que sí, el sacerdote tiene el deber de ocuparse de los ricos. Su misión frente a los ricos es interpelarlos. Lo que pasa es que los ricos no quieren que uno se ocupe de ellos. Porque mi misión como sacerdote es denunciarlos. Yo tendría un problema de conciencia si no le hiciera ver al rico que si no cambia de vida, debe poner sus bienes al servicio de la comunidad. Ricos podemos ser todos en algún sentido. Pero Cristo se refiere fundamentalmente a los ricos, a los que tienen plata, porque también podemos ser ricos en fe, en visión de la vida, en capacidad de amar, en cultura.
Segundo: Cristo encuentra la opresión y la alienación religiosa creada por una serie vastísima de preceptos ceremoniales y disciplinarios que servían ampliamente a los intereses de un sacerdocio dominante y que ahogaban el sentido humanista, creador y libre de la religión. Cristo denunció la alienación religiosa, la religión ritualizada. Si ahora viniera Cristo lo meterían preso en seguida por loco, por soliviantar al pueblo. Porque Jesús que viene a liberar al hombre, lo viene a liberar también de Dios, del Dios sargento, del Dios castrador, del Dios alienador, del Dios que pareciera tener celos del hombre, cuando ya los primeros padres de la Iglesia decían Gloria Dei vita hominis. ¿Cuál es la gloria de Dios? Que el hombre viva.
¿Qué es glorificar a Dios? No ponerle veinticinco velas a los santos. No. Sí ayudar a que un hombre sea más hombre. Si yo a este hombre lo ayudo a leer y escribir, glorifico a Dios, porque lo ayudo a crecer como hombre.
Y aquí está definido el rol del sacerdote: ayudar al hombre a ponerse de pie. No pararlo. Él solo se tiene que poner de pie. Ayudarlo a ayudarse: esa es la misión del sacerdote.
Hay que hacerle saber que el ponerse totalmente de pie es tener conciencia de la divinidad. Es la culminación de su liberación. La liberación, inclusive de su condición de hombre, después de haber asumido todo lo que significa ser hombre que es lo primero.
Tercero: Cristo encuentra la perversión práctica del sentido de la actividad humana reducida por educación, a la concecución de riquezas y de preeminencia social. Cristo dice que los hombres en vez de tener relaciones de dominación unos con otros, deben tener relaciones de servicio. Aquel que tiene poder lo debe utilizar no para dominar sino para servir. “Los reyes de la tierra ─dice Jesús─ los gobernantes de la tierra, subyugan a los pueblos dominándolos. No debe ser así entre ustedes. Aquel que sea el mayor entre ustedes se tiene que hacer el más pequeño”. Recordemos el gesto simbólico de Jesús la misma noche en que es traicionado por Judas: les lava los pies a todos, inclusive a Judas. Y dice: “Yo, que soy el Maestro les he lavado los pies a ustedes; ustedes también tienen que lavarse los pies los unos a los otros”. Es decir, el que es más, debe ser el que más sirva. Por eso al Papa se lo llama ─aunque algunos no hayan cumplido mucho con esto─ “el siervo de los siervos de Dios”.
¿Cuál es la acción de Cristo frente a esto? Es una denuncia perfectamente clara e insobornable de ese orden social. Orden al que hoy se lo puede llamar muy justamente, desorden establecido. Desorden estratificado o violencia institucionalizada, que hace que todos los días mueran de hambre, en América latina, treinta mil chicos. En lugar del desprecio al pobre y al enemigo, Cristo predicó el valor de las personas y antepuso, con insistencia, la pobreza y la persecución a la riqueza y al ejercicio del poder. Esta denuncia del desprecio hacia los pobres y hacia los enemigos, Cristo la fundamentó en la paternidad universal de Dios.
El sacerdote es por excelencia, el hombre que se ocupa de lo religioso. Pero hay que entender muy bien qué es lo religioso.
¿De dónde viene entonces el compromiso político de los sacerdotes?
En el año 1943, Pío XII dio una encíclica que se llama Divino Afflante Spiritu. Es una vuelta a la Escritura. Antes la Biblia estaba prohibida para los católicos. Y la Biblia es un libro muy carnal, muy concreto. En la Biblia no se define al hombre como un animal racional. Esa es una definición aristotélica pero no una definición bíblica. En la Biblia el hombre es polvo que respira. Es alma corporizada; cuerpo animado; no hay separación entre alma y cuerpo, inconcebible para el hebreo.
En un nivel más cercano para nosotros, en el año 1954, aparece un señor que se llama el abate Pierre que dice: antes que hablarle de Dios al hombre que no tiene techo, hay que darle un techo. Entonces comprendemos los cristianos que darle techo ya es hablarle de Dios. Mejor dicho, ayudarlo a que se dé el techo es ayudarlo a ayudarse.
Y eso es hablarle de Dios. Y esto lo van a decir los obispos en la declaración de San Miguel: humanizar es evangelizar.
Si hubieran dicho esto hace diez años los condenaban. Lo dijo Helder Cámara hace diez años y dijeron que era horizontalista, temporalista, que había perdido el sentido de lo sobrenatural. Hoy lo dice cualquier sacerdote normal, aunque no pertenezca a ningún movimiento de avanzada.
Humanizar es evangelizar. Lo que pasa que no es evangelizar integralmente. Evangelizar integralmente es hacerle ver al hombre que debe vivir con plenitud todos sus valores humanos, pero que está llamado a trascenderlos. A asumirlos en un nivel superior, que es el nivel divino. El hombre tiene un destino divino. Por eso cada ser humano aunque esté borracho o sea ladrón, es un ser con potencialidad divina.
Y si es un desheredado, si vive en una Villa Miseria lo tengo que amar mucho más, me tengo que preocupar mucho más para que deje de vivir en un tugurio y pueda vivir con un trabajo que sea creador, para que pueda participar efectivamente en el poder, para que gobierne a través de aquellos que realmente lo representan, porque es hijo de Dios no es un cualquiera.
Para mí, cristiano, ésa es una experiencia importantísima. En la villa, aparte de que estoy con mis hermanos y estoy dispuesto, con la ayuda de Dios, a luchar por ellos, les puedo decir: “Ustedes están liberados, porque en la medida en que creen que son hijos de Dios empiezan a tomar conciencia, ya mismo, de su tremenda dignidad”. Y esto es muy importante.
Al hombre, sobre todo al boliviano, al hombre que arrastra desde generaciones una conciencia de explotación y de opresión, le es muy importante tomar conciencia de su propia dignidad, para movilizarse, para organizarse y luchar realmente por acceder al poder. A través del compromiso politico la Iglesia ha conseguido superar dos problemas.
Por un lado, el problema del dualismo: alma buena, cuerpo malo. ¡Qué daño terrible le ha hecho a la Iglesia esto! ¡Y qué bien lo estigmatiza Buñuel en La Vía Láctea y en tantas películas!
Y por el otro la superación del dualismo entre Iglesia y mundo. El documento más importante que ha producido la Iglesia Católica en el siglo XX es la Constitución, la Iglesia y el Mundo Contemporáneo, documento del Concilio Vaticano II que empieza diciendo: “Las alegrías y los sufrimientos, las esperanzas y las angustias de los hombres son las esperanzas, alegrías, sufrimientos y angustias de la Iglesia”.
Es decir que la Iglesia tiene que asumir la causa de la liberación del hombre. Y en esto aparece un problema muy importante: la nueva visión del pecado que tiene el cristiano.
Hay un pecado personal, fundamental, que es el pecado de egoísmo. ¿Qué es pecar? Es tratar a una persona como si fuera una cosa. No es más que un sólo pecado: el pecado contra el amor.
¿Cuándo el pecado es sexual? Cuando yo trato a una persona como si fuera un pedazo de carne y no una persona, cuando cosifico al otro, ahí hay pecado. Cuando utilizo al otro, ahí hay pecado. Cuando respeto a la persona del otro. ahí hay amor.
Es decir que existe el pecado personal el daño que yo puedo hacerle a José María o Juana, que es muy importante en la relación personal. Entonces se necesita la comprensión interior que me ha de llevar a cambiar la relación con José, Juan y Pedro y con la comunidad.
Pero está el pecado que llamado colectivo o estructural, que es fundamental, que significa romper, cambiar o destruir todas las estructuras que liberan a los hombres.
¿Cuáles son las estructuras opresoras? Aquellas que establecen un tipo de dominación de unos hombres por otros. Yo pienso que el sistema capitalista liberal que nosotros padecemos es un sistema netamente opresivo, precisamente por eso. No sólo porque hay muy pocos hombres que se aprovechan del fruto del trabajo de la mayoría, sino porque además las relaciones que se establecen son relaciones de dominación. Relaciones despóticas.
Por eso pensamos que entra perfecta y totalmente dentro de nuestra misión sacerdotal esa lucha, y nos alegramos que dos episcopados, el peruano y el brasileño, hayan asumido esa posición.
Por eso, como movimiento los sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos el socialismo en la Argentina como único sistema en el cual se pueden dar relaciones de fraternidad entre los hombres. Que cesen las relaciones de dominación para que haya relaciones de fraternidad.
Un socialismo que responda a nuestras auténticas tradiciones argentinas, que sea cristiano, un socialismo con rostro humano, que respete la libertad del hombre. El padre Arrupe señala que en esto reside la médula de lo religioso, de la acción del sacerdote.
Cristo clamó, sin temor por las consecuencias que iban a ser fatales para él, por la liberación del ceremonial religioso al decir: Dios no viene para someter al hombre sino para liberarlo de los fariseos con todas sus reglamentaciones.
Ya dije antes que algunos creen que el cristianismo es una doctrina, entonces dicen sí, padre, yo soy filosóficamente cristiano, pero mi vida práctica no entra en esto. Otros dicen: yo soy cristiano porque fornico pocas veces, voy de vez en cuando a Luján, y alguna vez voy a misa para calmar mi sentimiento de culpa.
Muchas veces, para algunas personas la misa es una especie de cafiaspirìna espiritual. Entonces, voy a misa, no mato, no robo, hago de vez en cuando un pecadito para... cumplir. Cumplo con Dios. Yo les pregunto si puede haber una relación de amor entre Dios y una persona de ese tipo. Apliquémoslo en el orden humano. Entre Dios y un hombre que le dice al psiquiatra: “Me llevo bien con mi mujer, cumplo con mi mujer; los martes y los viernes tenemos relaciones sexuales, media hora, le doy el dinero que necesita, de vez en cuando le compro algo, últimamente menos pero, cumplo con ella, los domingos salgo... cumplo”.
“La medida del amor ─decía Santa Teresa─ es amar sin medida”. Yo a esta terminología le aplico la terminología materialista de la sociedad en la que vivimos. Sociedad que rechaza la gratuidad, donde todo está utilitarizado. También la relación entre los seres humanos.
Y es la religión vivida así, como moral, la que se convierte en religión utilitaria. Cambio comunión por éxito en el examen. Pero por más que comulgue mañana, tarde y noche, si no sabe le van a hacer un agujero bárbaro en el examen.
Cambio novio por una vela a San Cayetano o a San Antonio. Eso es magia, no religión. Dios se ríe de todo eso. Lo primero que Cristo nos dice es que Dios jamás va a hacer la voluntad del hombre. Jamás.
Para el cristiano el secreto de la dicha es comprender que tiene que hacer la voluntad de Dios. ¿Y cuál es la voluntad de Dios?
Es una voluntad liberadora. Es hacer verdaderamente mi voluntad, pero mi verdadera voluntad, no lo que me gusta.