Por el Padre Carlos Mugica
1972
Los grandes documentos sociales de Pablo VI y del Magisterio Eclesiástico los claros pronunciamientos de obispos argentinos sobre la realidad de nuestro país, y la existencia del Movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo, provocan ineludiblemente la reflexión de los cristianos, sobre lo específico de la tarea del sacerdote y su relación con la política.
Para situar bien el problema es necesario tener en cuenta de entrada que no se trata de la acción partidista del sacerdote, que puede llevarlo a un proselitismo oportunista y que es incompatible con su función de pastor, a no ser en situaciones muy excepcionales.
Recientemente, algunos medios de difusión, de neto corte liberal, utilizaron, tendenciosamente, expresiones del cardenal Danielou, conocido por su posición moderada dentro de la Iglesia. Danielou rechazó claramente el partidismo sacerdotal, pero no con menos fuerza afirmó que hoy, en la Argentina, el sacerdote debe denunciar las injusticias y propugnar reformas sociales.
El problema hoy, en la Argentina, está en convalidar o no el sistema capitalista liberal vigente, inevitablemente subordinado al imperialismo.
Y aquí no cabe el apoliticismo del sacerdote. Los claros pronunciamientos del Magisterio no nos dejan opción. Jamás podremos adherir a un sistema como el vigente en la Argentina, afirmado esencialmente en la explotación del hombre por el hombre. Un sistema cuyo motor es el lucro y que provoca, cada día, desigualdades más irritantes, ya que como dice Pablo VI los ricos se vuelven cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
Basta examinar los balances anuales de los grandes monopolios. Bunge y Born y Deltec, por ejemplo, que año tras año reflejan inexorables aumentos de ganancias y en la otra punta mirar los salarios de los trabajadores que son, año tras año, más insuficientes e injustos. Además, no bien el Gobierno anunció el aumento del 15 por cien el precio de un buen número de artículos de primera necesidad aumentó considerablemente. Frente a las consecuencias de este sistema el sacerdote no puede no hablar. No puede no actuar, si quiere seguir siendo sacerdote de Jesucristo y no sacerdote del statu quo.
Su acción de denuncia de las injusticias será la expresión misma de su misión religiosa que, constantemente, le señala la Iglesia.
Ya que el amor a Dios pasa necesariamente por el amor a los hombres. «Si alguno dice: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano miente. Pues el que no ama a su hermano a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve». (1 carta de Juan c. 4 v.20).
Los obispos argentinos hacen el siguiente diagnóstico de la realidad del país, fruto del sistema capitalista liberal: «Comprobamos que a través de un largo proceso histórico que aún tiene vigencia se ha llegado en nuestro país a una estructuración injusta. La liberación deberá realizarse pues en todos los sectores en que hay opresión: el jurídico, el político, el cultural, el económico y el social». (San Miguel, 1969). En 1971 la Comisión Permanente del Episcopado señaló circunstancias agravantes de la situación: secuestros, asesinatos, salarios cada vez más insuficientes y aumento creciente de la desocupación.
Desgraciadamente, hoy, en 1972, el diagnóstico resulta plenamente actual y aún de mayor gravedad.
Ante esta situación, el sacerdote que siempre tiene el deber de anunciar a los hombres que sólo en Cristo está la liberación total del hombre, que culmina en su divinización, no puede eludir la dimensión política de su misión ya que el Reino de Dios, comienza aquí abajo.
El Padre Arrupe, general de los jesuitas, al reflexionar sobre la tarea sacerdotal en el Tercer Mundo, les dice a los sacerdotes: «El apolitismo, o rechazo sistemático de toda presencia en lo político, es hoy día imposible para el hombre apostólico. No podemos permanecer silenciosos frente a régimenes vigentes en algunos países, que constituyen sin duda una especie de «violencia institucionalizada». Tenemos que denunciar con sabiduría, pero clara y abiertamente, las políticas que contradicen «la visión global del hombre y de la humanidad» que la Iglesia «tiene como propia». (Populorum Progressio núm. 13).
Solamente los que ignoran por conveniencia, para mantener sus privilegios, el sufrimiento del pueblo argentino, pueden negar el estado de violencia institucionalizada en que vivimos. Las torturas inhumanas a que fue sometido el doctor Jozami, secuestrado en una dependencia policial, y la sensación de ciudad ocupada que ofreció a Buenos Aires el viernes 28, porque había gente que quería protestar contra el hambre, son nuevas evidencias dolorosas de la misma.
El clima de represión es tal que parece que se quisiera dar a entender que todo argentino es subversivo a menos que pueda demostrar lo contrario. Y a veces no es fácil hacerlo.
Puede dar fe de ello el padre Carbone. ¿Cuál es su culpa? Le duele el dolor del pueblo y como sacerdote de Cristo, siente que no puede renunciar a ser fiel al Señor. Siente que debe ser voz de los que no tienen voz. Jamás se extralimitó en su sacerdocio. La justicia lo acaba de reconocer.
Pero Carbone sigue preso. ¿Por qué? Porque un régimen afirmado en la violencia y la mentira no puede soportar la verdad del testimonio evangélico.
Bien puede corroborar mis afirmaciones Norma Morello, terriblemente torturada en dependencias militares para arrancarle «los planes subversivos» de ese santo Obispo que es Monseñor Devoto.
Podrá continuar la represión contra la Iglesia y el pueblo siempre habrá cristianos y sacerdotes que sentirán en carne propia las luchas y sufrimientos de los oprimidos, acompañándolos de cerca en su lucha por una sociedad más justa, fraternal y cristiana.
Saben que no están solos. Saben que Cristo los acompaña: «No teman, yo estoy con ustedes hasta el final de los tiempos» (Mt. 28-20).