Carlos Mugica, Martir de los Pobres


* A mediados del año 1973, se iniciaba una nueva época en el país, bajo un gobierno nacional elegido por la mayoría del pueblo, un gobierno que tenía claro sentido popular pero que se debatía entre numerosos e inevitables conflictos; en tanto, en el mundo religioso bullían la inquietud y la sana preocupación por adoptar actitudes que, desde la propia Identidad y función religiosa, cooperasen al bien de los sectores más necesitados. En ese contexto, el 17 de julio de 1973, el padre Mugica dio esta charla a un crecido número de religiosas {N.del C.).

Para hablar de compromiso cristiano, debemos recordar antes qué es ser cristiano. Primero diré qué no es ser cristiano. Hay mucha gente que cree que el cristianismo es sólo una doctrina. Otros creen que es sólo una serie de verdades que tienen que saber: que en Dios hay tres Personas, que en Cristo hay dos naturalezas, que María concibió virginalmente a Jesús, etcétera. Algunos dicen ser "intelectualmente cristianos", pero son prácticamente explotadores, por ejemplo, el demonio también es intelectualmente cristiano. El apóstol Santiago dice: “Los demonios creen y se estremecen ..." (Sgo 2,19). Lo peor que nos puede pasar es creer y no vivir de acuerdo con nuestra fe, porque eso sería tomar la actitud de ciertos fariseos, a los que Jesús, los días que estaba de buen humor, llamaba sepulcros blanqueados y raza de víbo¬ras. Dije ciertos fariseos, porque no todos eran así. Había fariseos que eran hombres de Dios realmente. Cristo dijo: "Se han sentado en la cátedra de Moisés los escribas y fariseos. Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen" (Mt 23, 2-3).


Los sacerdotes y religiosos somos los que más peligro corremos de caer en ese fariseísmo, porque tenemos la misión explícita de anunciar el mensaje de Cristo. Si no, ¿a qué jugamos? Nuestra misión es anunciar a Cristo, no otra. La misión de transformar el mundo es de los laicos, no de nosotros. Ahora bien, si no anunciamos a Cristo, traicionamos nuestra fe. Y si lo hacemos y no vivimos de acuerdo con lo que anunciamos, somos fariseos, somos como el Demonio. Por eso, santa Teresa decía que vio el Infierno lleno de sotanas (por suerte ahora solemos andar sin sotana). El cristianismo, entonces, no es sólo una doctrina; tampoco es sólo una moral, como cree la mayoría de los argentinos. Ser cristiano, para ellos, es cumplir una serie de reglas: no matar, no robar, no fornicar, dar un poco de plata a la Iglesia, tener una determinada cantidad de medallas, etcétera. Es gente que cree que ser cristiano es como pertenecer a un club, que se llama Iglesia católica, la cual tiene un reglamento que hay que cumplir. Esos cristianos vienen al confesionario y dicen: "...yo soy un buen cristiano, cumplo con Dios...

¿Cómo que cumplo con Dios? Con Dios no se cumple. O se lo ama o no se lo ama. Como dice santa Teresa, la medida del amor es amar sin medida. Si un marido dijera: "Yo soy un buen marido, cumplo con mi mujer. Tengo relación sexual con ella los lunes, miércoles y viernes; le doy cuatro besos por día y tenemos una conversación de media hora los sábados. Yo cumplo con ella", yo le preguntaría ¿cómo "cumplo con ella", usted la quiere o no la quiere? Entonces, no se puede cumplir con Dios. Eso no es religión, eso es magia. Y desgraciadamente hay muchos que se dicen católicos, pero creen que la religión es eso, cumplir con Dios. Entonces, cumpliendo determinados ritos, Dios tiene que intervenir en mi vida. Por ejemplo: comulgo a la mañana para aprobar un examen a la tarde. Por más que comulgue a la mañana, a la tarde y a la noche, si no estudié en el examen me van hacer un agujero grande como una casa. O le pongo una vela a san Antonio para conseguir novio. No. Ese "tome y traiga" no es religión. Yo ridiculizo un poco las cosas con estos ejemplos, pero eso está de alguna manera en todos nosotros. Creemos que es un intercambio con Dios. Otro ejemplo: me porto bien todo el día para forzar a Dios a que intervenga, y mañana me nombren madre superiora. No. Jesucristo no nos enseñó a orar diciendo que se haga nuestra voluntad así en el Cielo como en la Tierra. Que se haga tu voluntad (la de Dios), y no la mía. Y el secreto de nuestra felicidad está en eso que nosotros nunca termina¬mos de comprender, en dejar que Dios conduzca nuestra vida, y no nosotros. Si vemos desde la fe, que es la única manera de mirar verdaderamente (se supone que ustedes, a pesar de ser religiosas, tienen fe), comprenderemos que el secreto de la felicidad está en eso, en entrar en la voluntad de Dios. Y lo paradójico, lo asombroso, es que cuanto más uno deja que sea Dios quien conduzca su vida, más es uno mismo, más se enriquece la propia personalidad. Eso es lo asombroso de la fe de un cristiano. Cuanto más Pablo se adhiere a Cristo, cuanto más Francisco de Asís se adhiere a Cristo, más son ellos mismos. Más son ellos la expresión de una personalidad avasallante y única. Los santos son todos "cada uno", tienen su personalidad bien definida, se realizan como personas.

Entonces, entregarle nuestra libertad a Cristo es conquistarla, no perderla. Ahora bien, si el cristianismo no es ni una doctrina ni una moral, ¿qué es el cristianismo? El cristianismo es una persona, es Cristo. Esto es lo tremendamente revolucionario de nuestra religión. Si lo comparamos con otras religiones, vemos, por ejemplo, que vino Buda al mundo y dijo: "Yo les voy a enseñar cuál es el camino que conduce a 1a serenidad”. Vino Confucio, y dijo a los hombres: "Yo les voy a enseñar el camino a la felicidad”. Pe ro vino Jesucristo y no dijo: "yo les voy a enseñar cuál es el camino”, sino "Yo soy el Camino, yo soy la verdad, yo soy la vida”. Nunca nadie antes ni después de Cristo dijo esto.
Por eso yo siempre digo que personalmente no entiendo cómo se pue¬de aceptar a Jesucristo como hombre evacuándole la divinidad, la di¬mensión divina. Porque, para mí, Cristo, si no es Dios, es un loco o un gran embaucador, como decía alguien de su patria: "... este seductor, este embaucador dijo que iba a resucitar al tercer día. Nos quería engañar a todos...". Pero sucedió que resucitó, ahí está el detalle. El día en que Mao resucite al tercer día, yo voy a creer en él, no voy a tener ningún problema. Pero hasta ahora, que yo sepa, el único que resucitó al tercer día es Jesucristo y por lo tanto, es el único que responde a mi apetito más profundo, al apetito que tenemos todos los seres humanos.
El apetito de plenitud total, de absoluto total, de felicidad total, de verdad total, de amor total. Jesucristo es el único que nos responde en los grandes límites que tiene todo ser humano. El primer límite es nuestra creaturidad. Cristo, con su resurrección, nos inicia en el camino de la superación de nuestra creaturidad. El segundo límite es la muerte. Jesucristo la elimina. Para nosotros, los cristianos, la muerte no existe. Morir, como dice san Pablo, es dormirse en el Señor, con el Señor. 

Yo siempre digo que no hay otra vida, hay una sola, y es ésta.
La etapa que nosotros estamos viviendo ahora es la uterina, la muerte es el parto. A través de la muerte accedemos a la vida plena. Siempre les digo a mis hermanos de la villa que ahora vivimos como un avión que funciona con dos motores. Después de la muerte vamos a funcionar con cuatro motores o nos vamos a pique, según cuál sea nuestra conducta. En Dios y con Dios llegaremos a la plenitud de nuestra existencia. Seremos totalmente dichosos porque seremos totalmen¬te creadores. En esta vida sufrimos fundamentalmente porque nos sentimos inútiles, nos sentimos malos; no somos lo que éticamente sentimos que tenemos que ser. El pecado nos hace sufrir. Vemos el bien que queremos y hacemos el mal que no queremos. Eso nos hace sufrir. No somos totalmente creadores. Sentimos muchas veces que somos inútiles y eso nos hace sentir solos. Decimos: "Mi vida no sirve para nadie ni para nada."

Cuando estemos con el Señor, según la fe, viviremos en la creativi¬dad total, por eso seremos totalmente dichosos. Mucho no sabemos sobre qué será la vida eterna, sobre qué será la resurrección, pero me parece un poco ridículo pensar que la Creación se terminó en este mundo. En Dios seguiremos creando mundos indefinidamente, porque Dios es vida, es energía, es amor, y el amor es dinámica, permanente¬mente creador; entonces, en Dios seguiremos creando este y todos los mundos para siempre. Nosotros sabemos que hoy en teología ya no se dice que Dios nos creó; Dios nos está creando. Mi Padre está obrando siempre”, dice Jesús. Es muy importante tener en cuenta todo esto, porque frente a la gran problemática de que Jesús es el único que responde a nuestro apetito de divinidad y de trascendencia, todos los demás problemas sociales, económicos y políticos se relativizan. Yo me acuerdo de que, cuando empecé a trabajar en la villa, una chica que trabajaba conmigo y que ahora es una madre de familia bastante prolífera {todavía hay gente que se casa por los hijos), me decía: "... para vos es fácil trabajar aquí porque, claro, vos pensás que, se solucionen o no los problemas de la villa, esta gente un día se va a ir al Cielo..." (ella era atea, ahora es cristiana). Y es verdad. Creo que, si el cristiano tiene un consuelo real, es ése. Es saber que la justicia plena y total no se va a dar en esta vida; es saber que llegará un día en que habrá justicia plena y total. Pero ese saber, esa esperanza de que un día habrá una justicia definitiva, una retribución verdadera, una plenitud que nos dará Dios, no debe ser paralizante. Precisamente porque sé que mi herma¬no, que se está muriendo de hambre, es hijo de Dios y tiene un desti¬no trascendente, por eso precisamente, más que nunca voy a ayudarlo a ayudarse. Y no voy a ayudarlo a salir de su estado de postración y miseria por reflexiones sino porque lo quiero. El amor es unitivo. Jesús no le da de comer a la gente para que después lo vengan a buscar, a escuchar su sermón, como hemos hecho nosotros durante tanto tiempo. Les damos café con leche para que vengan al catecismo. No. Les daba de comer, los curaba porque los quería, y porque los quería, simultáneamente con curarlos o darles de comer, les anunciaba el Reino de Dios. Porque si yo quiero a una persona de verdad, le voy a anunciar todas las novedades maravillosas que pueda. Le voy a transmitir todo lo que sea signo de esperanza y de plenitud para esa persona; entonces, ¿cómo no le voy a anunciar a Cristo?

Creo que tenemos que reaccionar contra todos esos católicos que piden disculpas de serlo. Contra esos católicos que no quieren dialogar con un marxista porque tienen miedo de que éste los "empaquete" y les de vuelta las cosas. ¿Qué clase de católicos somos si tenemos miedo de dialogar con los marxistas?

Lo que pasa es que ignoramos enciclopédicamente lo que enseñan Cristo y la Iglesia. Al contrario, si tengo ocasión de hablar con un marxista, voy a tratar de convencerlo, de descubrirle mi verdad, la verdad de Cristo. Si voy a tener miedo de dialogar con él, si voy a pensar que el cristianismo es insuficiente para él, es mejor que me dedique a otra cosa. Al contrario, voy a tratar de anunciar a Cristo en todas partes, sabiendo que soy poseído por la verdad, que el cristianismo es la respuesta total y plena de¬ los problemas del hombre, de cualquier hombre. A veces ignoramos lo que es el cristianismo. Si yo fuera un marxista, y ustedes me preguntaran si leí a Marx, y yo contestara que leí solamente algunos capítulos y nada o muy poco de Lenin, Mao, el "Che", etcétera, ustedes me dirían: Pero usted ¿qué es, un marxista o un marista? Lo mismo pasa con los católicos, los católicos reaccionarios que tienen cuatro verdades prendidas con alfileres y temen que cualquiera los sacuda y se les vengan abajo. Una vez un obispo se que¬jaba a Juan XXIII por los problemas de su diócesis. Este, que también vivía los problemas de la Iglesia, le contestó que había ido con sus preocupaciones al Señor, y que el Señor le inspiró la siguiente frase: "Juan¬cito, el timón todavía lo llevo yo."


Hay quienes tienen el sacrosanto culto, no precisamente del Sagrado Corazón, sino de la sacrosanta propiedad privada. Pero, ¿confían en Dios? Sí, confían en Dios, pero tienen la cuenta en el banco. Hay que confiar en Dios, pero no hay que separar. San Francisco de Asís era el hombre que no suscitaba ninguna contradicción, era el hombre que con su actitud anunciaba lo escatológico. Por eso quiero hacer una breve reflexión sobre la persona de Cristo. Tenemos que estar empa¬pados de Cristo, pero eso es difícil, duro. Si tomamos el Evangelio según san Mateo, vemos que Cristo es el más totalitario de todos los hombres, que nunca nadie exigió una adhesión tan total y absoluta. Comenzando por el capítulo 4, vemos la elección que hace Jesús de sus primeros colaboradores, los Apóstoles: "... vengan detrás de mí que los voy a hacer pescadores de hombres ...". Nunca un hombre consiguió tanto con tan poco. Ellos, dejando sus redes, su trabajo, sus padres, lo siguieron. Muchas veces somos adultos de 30 o 40 años y todavía no hemos cortado el cordón umbilical. Dependemos del pecho de mamá, o de la madre superiora, que en este caso es lo mismo. Jesús cortó el cordón a los 12 años, cuando se quedó en el Templo sabiendo que su Madre y su padre adoptivo, José, lo estaban buscando. Cuando en la villa a una boliviana se le pierde un hijito, por más que tratemos de consolarla, eso es imposible si no aparece el chico. Y Jesús parece casi de una crueldad refinada. Sabiendo que José y María lo estaban buscado, se queda en el Templo tres días; y cuando lo encuentran, les con¬testa secamente: "¿No sabían ustedes que yo tengo que estar en las co¬sas de mi Padre?'' El Evangelio de san Lucas dice: "Ellos no entendie¬ron nada y María guardaba todas estas cosas en su corazón. " Todo es¬to no significa que Jesucristo no quería a su Madre, sino que muchas veces el único modo de madurar es en el dolor, en el sufrimiento. Amar no es contentar permanentemente al otro, estar todo el día baboseándose; amar significa ayudar al otro, al ser amado, a crecer como ser humano, y a veces no hay otro modo de hacerlo que a través del dolor.


Nosotros también tenemos que preguntarnos si hemos dejado las redes, si hemos dejado todo para seguir a Cristo. De nada sirve que nos llenemos la boca y la cabeza con los conceptos de revolución, socialis¬mo y la mar en coche, si después vamos a seguir siendo burgueses y comodones, pero con una nueva alienación, que es la revolución. To¬do eso es una mentira más. Hoy más que nunca, en nuestra patria, los cristianos tenemos que dar ejemplo de austeridad, espíritu de sacrificio, renunciamiento, generosidad. Y no prendernos del "queso" como hici¬mos siempre. Más que nunca estamos viendo cosas dolorosas, como que representantes elegidos por el pueblo lo único que hacen es presentar proyectos de leyes de juego, etc. Nosotros no tenemos que casarnos más que con Jesucristo y con la verdad, le duela a quien le duela; tenemos que ser testigos de la verdad. Los primeros cristianos lo pasaron bastante mal por ser testigos de la verdad. Cuando Pedro y Juan son azotados y amenazados de que si siguen anunciando a Cristo lo van a pasar peor, contestan que ellos, antes que a los hombres, tienen que obedecer a Dios. Y se alegraban de haber sufrido por el Señor.


Claro que para esto, aunque la palabra suene un poco pretenciosa, tenemos que ser místicos, tenemos que llevar una vida religiosa muy honda, muy fuertemente unida a Cristo, y también fundada en la realidad, por supuesto. Si tenemos esa profunda relación con Él, vamos a cumplir hasta las últimas consecuencias su mandamiento, que es amar a los hombres. En el Evangelio de san Mateo encontramos permanentemente el llamado total y radical de Cristo: "... no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero (que Cristo llama la Mamona de la ini¬quidad) ...", "entrar por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la perdición. Son muchos los que entran en ella ...", "... se le acercó un joven y le dijo: 'Maestro, te se¬guiré donde quiera que vayas'... Jesús le contestó: 'El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza"', es decir que, si lo quiere seguir a Cristo, tiene que aceptar una vida de provisoriedad. El cristiano es aquel que aprende a vivir seguro en la inseguridad. Hoy tenemos muchos motivos para vivir en la inseguridad, porque vivimos en un mundo que sufre tremendos cambios. Y la Iglesia está en tremendo cambio. Hasta la fe misma parece que está tambaleando. Pero si analizamos con serenidad las cosas, veremos que no hay nada esencial que haya cambiado en la Iglesia, nada. Absolutamente nada. Al contrario, con estos cambios, Dios nos quiere ayudar a que sepamos adherir a lo esencial y no a lo accidental. Hay un libro de un sacerdote obrero francés que considero que vale la pena leer. Se llama Yo he visto nacer la Iglesia del mañana. Dice que la crisis que sufre hoy la Iglesia (juicio que yo comparto totalmente) es una crisis tan profunda, de crecimiento, de purificación; tan profunda, decía, que la Iglesia va a perder hasta la piel. Va a quedar en carne viva. A raíz de esto, aquellos que pusieron su fe en la piel, no en la sustancia, van a tener grandes problemas. Por eso, tenemos que saber realmente cuál es la esencia de nuestra fe.


En el capítulo 10 del Evangelio según san Mateo, Jesús hace una serie de recomendaciones a sus discípulos, a aquellos que van a llevar el mensaje, en última instancia, a nosotros: "... los envío como ovejas entre lobos... sean prudentes como serpientes y sencillos como palomas. No sean idiotas. Guárdense de los hombres porque los llevarán ante los tribunales y en sus sinagogas los azotarán...". Precisamente, hace algún tiempo hubo un testimonio realmente impresionante de un sacerdote, el padre Monzón, que fue brutalmente torturado por la policía paraguaya durante una semana, acusándolo de guerrillero. Como se comprobó que esto no era cierto, pretendieron arrancarle la denuncia de que monseñor Rolón, arzobispo de Paraguay, y monseñor Bogary o algunos otros obispos estaban implicados en un complot contra el dictador Stroessner. Según su testimonio, la tortura consistía en que le sumergían la cabeza bajo el agua de una bañadera hasta que estaba a punto de ahogarse, lo sacaban para que respirara. Cuando sintió que las fuerzas se le terminaban, se puso en manos de Dios, le pidió la muerte, y decidió que a partir de ese momento declararía lo que le pidieran. Que Dios no contara con él porque no aguantaba más. En ese momento, cuando lo volvieron a sumergir, sintió físicamente que la Iglesia estaba rezando por él, que sus hermanos en la fe oraban por él. La tortura continuó, a pesar de lo cual no consiguieron arrancarle nada, ni una sola acusación contra los obispos.


"Cuando sean llevados delante de los tribunales no se preocupen por qué y cómo van a decir." Cuando yo estuve detenido hace tres años, el comisario inspector que seguía la causa del general Aramburu me decía que, cuando detuvieron al muchacho Losada en Córdoba (luego lo trajeron a Buenos Aires}, en medio de la tortura les hablaba de Cristo a los torturadores. En verdad, esa fuerza no se puede com¬prender humanamente. "... Porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu del Padre que hablará en ustedes. El hermano entregará al hermano, el padre al hijo y los hijos se levantarán contra los pa¬dres y los harán morir; seréis aborrecidos de todos por mi nombre, pero el que lo soporte hasta el fin, ése será salvo... El discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su señor. Bástele al discípulo ser como su maestro... Y si al padre de familia lo llamaron Belcebú, ¡cuánto más a los de su casa! ..." Todo esto significa que Cristo nos ha¬ce una advertencia muy importante. Sí estamos dispuestos a seguirlo, vamos a encontrar la persecución. No sé si nos colgarán de un farol en la Plaza de Mayo, pero la persecución significará la incomprensión, la calumnia, la acusación. falsa o sincera, aún de nuestros hermanos en la fe. Vamos a ser factores de división, cosa a la que no estamos acostumbrados, especialmente los que no somos tan jóvenes, porque siem¬pre se nos habló de la unidad de los cristianos, lo cual tal vez sea un desideratum, un ideal, pero que jamás existió en la realidad histórica de la Iglesia. Ya desde los comienzos hubo una gran "agarrada" entre los partidarios de Pedro y los de Pablo. Hubo un enfrentamiento bastante serio en el Primer Concilio de Jerusalén. Los de Pedro seguramente acusarían de herejes a los de Pablo, y éstos de "viejos escleróticos" a aquellos. Ésa es la verdad, sucedió siempre en la Iglesia. Forma parte de la cruz cristiana.


Cristo fue un permanente signo de contradicción. Por lo menos tres veces en los Evangelios se dice que la gente se peleaba a causa de Él, incluso sus familiares. Unos decían que estaba poseído por el Demonio, otros que estaba loco y otros que estaba poseído por el Espíritu de Dios. De modo que si Cristo, el Hijo de Dios, el puro, el santo, el inocente, el honesto, es signo de contradicción, cuánto más nosotros. Y si Jesucristo nos enseña a amar a nuestros enemigos, hay que tenerlos para amarlos. El que anda bien con todos es porque no se compromete con nadie, "mala fariña". Al respecto, hay una frase tremenda en el Apocalipsis: "... porque no eres ni frío ni caliente, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca...". Jesús, en el Evangelio, no condena al que se equivoca. Condena al que para no equivocarse no arriesga, como en la parábola de los talentos. Condena a ese que cuando las papas queman dice: "Animémonos y vayan." "... No teman porque nada hay encubierto que no haya de ser manifestado, nada hay oculto que no haya de saberse. Lo que les digo en las tinieblas, díganlo encima de los tejados, y lo que se dice al oído, díganlo desde los techos..."


Hace tres años, Pablo VI canonizó al padre Juan de Ávila. Santo sacerdote, hombre de Dios, de una gran fidelidad a la Iglesia, fue removido de su parroquia bajo la acusación de ser hereje. Que hoy le digan a uno que es hereje no queda tan mal, hasta podría quedar bien. Pero, en el siglo XVI, ser declarado hereje significaba la muerte civil, era co¬mo ser un leproso. Y nunca lo declararon hereje porque no le pudieron probar ninguna herejía, pero vivió toda su vida bajo sospecha. Qué terrible habrá sido su sufrimiento, siendo que amaba profundamente a la Iglesia y que sabía perfectamente que estaba en la verdad. Son co¬nocidas también las persecuciones sufridas por santa Teresa, san Juan de la Cruz, Juana de Arco y tantos otros. De modo que algo de esto tiene que ocurrir en nuestra vida si seguimos el camino de Jesucristo, porque ahora nosotros no lo tomamos en cuenta, pero Cristo fue acusado por los hombres religiosos de su tiempo. Los curiales de la época. Esa es la persecución más dolorosa. Que me acusen los marxistas, los de enfrente, los oligarcas… pero cuando los acusadores son mis hermanos en la fe, esos que me ven a mí como una persona ... creo que eso forma parte de asumir el destino de Jesucristo. Y añade el Señor: "... no tengan miedo a quienes pueden matar el cuerpo, tengan más bien miedo a quienes pueden matar el cuerpo y alma y precipitarlos en la gehenna...".


Con esto entramos, un poco de rebote, en el tema central, que es el compromiso cristiano. No tengamos miedo a quienes nos pueden quitar la vida, porque no nos pueden quitar la Vida. Nos podrán matar, pero no quitar la vida eterna. Nosotros mismos nos la podemos quitar cerrándonos al amor que Dios nos da, nadie más; nadie nos puede impedir llegar a Dios, nadie. Temamos a quienes nos pueden anestesiar el alma y el corazón. Tengamos miedo a esta sociedad en la que vivimos, que algunos llaman de consumo, aunque sólo sea de consumo para algunos y de hambre para muchos. Sociedad que nos quiere hacer creer que la felicidad está en el auto, en el departamento, en el confort, en el estatus, en el apellido, en el prestigio. Hace dos años y medio, un pequeño grupo de sacerdotes hicimos una manifestación, un pequeño gesto, delante de la Sociedad Rural en Palermo, donde se realizaba la exposición del confort. Fuimos con un cartel muy grande que decía "Confort para pocos y hambre para muchos". Además, hicimos una declaración con una cita de Pablo VI, en la que condena el principio del confort que está esclerotizando al mundo europeo, al mundo occidental. Eso lo hicimos porque desde el Evangelio vemos claramen¬te que una sociedad en la que existan esas diferencias irritantes, es una sociedad que está en pecado, como lo dijeron los obispos en Medellín y San Miguel, y lo reiteró varias veces el Papa. Pero además esta so¬ciedad es inmoral, anticristiana, porque es materialista, cientificista , he¬donista, pone como principio de la felicidad el placer.
Una típica expresión de lo que digo es la revista Gente, a la que llamamos de "prostitución para ejecutivos, o Radiolandia para ejecutivos". Esta revista se dedica a despertar en la clase media el apetito de ser tan imbécil como la clase alta. Presentan, por ejemplo, a Graciela Borges y a Bordeu, que son dos arquetipos de imbéciles sociales, como el arquetipo de lo que debe ser hoy el matrimonio. Viven rascándose la barriga todo el día, mientras tienen una estancia muy grande con la cual pueden vivir. Y la felicidad está en la forma de vestirse, en consumir muchas cosas. Todo lo contrario, es lo que nos dice el Evangelio, porque el ideal de vida de Cristo es un ideal de vida austera. Siempre digo que hay que eliminar la miseria de las villas, pero no las villas. Hay que eliminar lo que tienen de promiscuidad, lo que tiene de imposibilidad para la intimidad de la gente, pero no hay que eliminar esa vida austera de comunicación entre todos.


El ideal de vida cristiana está en tener lo necesario, lo conveniente, y nada más. Quizá lo conveniente sea tener algunas cosas, un mínimo confort, porque el que no tiene nada y vive obsesionado por lo que va a comer al día siguiente, también está totalmente materializado. Pero la felicidad no está en el tener, sino en el ser. Y en esta sociedad de las revistas, los diarios, la televisión, se nos quiere hacer creer que la feli¬cidad está en tener muchas cosas, con calefactores, heladeras, autos, etcétera.
Yo siempre les digo a los novios, en la parroquia San Francisco So¬lano, que el matrimonio, la sociedad, el celibato están en crisis porque los hombres, los cristianos hemos perdido de vista el gran ideal, por¬que no tenemos una profunda vivencia religiosa. También les digo con toda claridad que todos ellos, si no tienen un profundo ideal cristiano, van a terminar metiéndose los cuernos antes de los cinco años de casados. Es verdad, si entramos en las leyes del juego de la sociedad de consumo, chau. Yo vivo en pleno riñón del Barrio Norte y cruzo todos los días para ir a la villa, que queda paradójicamente en el extremo norte del Barrio Norte.


Cuando los domingos temprano veo a esos hombres que están lim¬piando su autito, lo que les lleva un buen rato, pienso que ellos no le meten los cuernos a su mujer con otra mujer, lo hacen con el auto. Tienen el culto del auto, el mito del auto. A uno le rozan el auto en el tráfico y es como si le rozaran su más íntima intimidad. Es una forma de fetichismo, una típica manifestación del grado de alienación que está viviendo el ser humano. En esto, los cristianos tenemos un trabajo inmenso por hacer, porque mucha gente no tiene un sentido profundo de la vida, y si nosotros los cristianos no se lo damos, no se lo da nadie. Helder Cámara ha dicho que en América latina la revolución se va a hacer con los cristianos, sin los cristianos o contra los cristianos. Pero se va a hacer, tarde o temprano. Nosotros tenemos que estar acá para darle un sentido profundo, porque nadie puede darle un sentido profundo a una realidad, si no es desde adentro. Desde afuera, nadie nos llevará el apunte.


El "Che" Guevara, marxista, decía a los cristianos, hablando del pa¬pel que deben cumplir en América latina: "Los cristianos deben optar por la revolución, y muy especialmente en nuestro continente donde es tan importante la fe cristiana en la masa popular." Él reconoce la importancia de la fe cristiana. Muchas veces nosotros, con mentalidad colonialista, cientificista, racionalista a la europea, llamamos magia o su¬perstición a lo que en realidad es una auténtica expresión de religiosi¬dad en nuestro pueblo. Todos tenemos una cierta cuota de magia o superstición en nuestra religión. Todos. Habría que revisar a conciencia ese aspecto. A veces nos quedamos con una serie de prácticas y olvidamos lo esencial. Otras veces pasa lo contrario. Rechazamos todo ti¬po de prácticas y creemos que vamos a expresar la religiosidad en la más íntima de las intimidades. Pero no somos ángeles y, si no expre¬samos nuestra religiosidad a través de cosas concretas, ésta se volatili¬za. No rezamos el rosario porque es anacrónico, no rezo el breviario, no rezo la misa. Finalmente, nada queda. El amor se expresa con gestos, como yo digo de la vida matrimonial. Si a mi mujer la encuentro en el trabajo, en la calle, en la profesión, en la política, en todo, pero no la encuentro en ella misma, finalmente no la encuentro en ningún lado. Claro que a Dios no lo puedo tocar ni ver ni agarrar, desde lue¬go, pero si no tengo una relación íntima y profunda, personal (porque eso es lo revolucionario), con Cristo; si Él no es mi compañero de ruta, si Él no es mi verdadero y principal interlocutor, finalmente no lo voy a encontrar en nada.


Retomando la cita del "Che": "Los cristianos deben optar por la revolución definitivamente, y en especial en nuestro continente, donde es tan importante la fe cristiana en la masa popular. Pero los cristianos no deben pretender, en la lucha revolucionaria, imponer sus propios dogmas." En eso estoy de acuerdo. Hasta el mismo Papa, a partir de la en¬cíclica Ecclesiam suam, es el primero que nos dice que el nuevo móvil de acción debe ser el diálogo. "No hacer proselitismo para sus Iglesias", dice el "Che". También está bien. Pero sigue diciendo: "... deben venir sin pretensión de evangelizar a los marxistas...". En eso sí que no estoy de acuerdo. Siempre debemos tener la pretensión de evangelizar¬los. Todo cristiano debe ser un evangelizador, un anunciador de la Buena Noticia. Probablemente el "Che", al hablar de evangelizar, se refiera a las prácticas de ciertas Iglesias, y no tanto la católica, sino de las protestantes, que a veces no respetan la libertad del otro. El diálogo su¬pone proclamar la propia verdad y permitir que el otro proclame la suya. Pero uno tiene que proclamar con pasión su verdad. Cuando el car¬denal Bea reunió, con motivo del Concilio Vaticano II, a los representantes de las distintas religiones no cristianas, les dijo: "Todos nosotros estamos poseídos por la verdad, algunos más, otros menos. Los católicos pensamos que estamos más poseídos por la verdad, muy bien, entonces tenemos que comulgar en la porción de verdad que cada uno de nosotros tiene, y no buscar aquello en lo cual estamos separados.'' Pe¬ro me interesa el final de la frase del "Che" que citaba antes: "... y sin la cobardía de ocultar su fe, para asimilarse a ellos". A los marxistas, a los ateos, lo que más los escandaliza de nosotros es la cobardía que a veces tenemos para manifestamos como somos. Ellos no se escandali¬zan de que seamos cristianos, se escandalizan de que no lo seamos su¬ficientemente, que es una cosa distinta. Por eso nosotros, para encontrar el condimento verdadero para una revolución, tenemos que leer el Evangelio.


No digo que no tengamos que conocer el verdadero pensamiento de los granes hombres y líderes, como Marx, Mao, Perón, por ejem¬plo. Pero digo que el fondo animador de nuestra vida, la motivación profunda, la tenemos que encontrar en el Evangelio, porque Marx, Mao y Perón pasan, pero Cristo queda. El mejor servicio que le puede hacer hoy al peronismo un cristiano peronista, es ser profundamente cristiano y tener, desde allí, una adhesión crítica al peronismo.


El cristiano, en función de lo que los teólogos llaman la cláusula es¬catológica, siempre va a relativizar todo compromiso humano. Yo en¬tiendo que esto significa que nuestra misión, como cristianos no es la de apoyar incondicionalmente a nadie; nuestra misión es de Cristo y, desde los valores humanos, tenemos que apoyar a los movimientos que los van realizando, y criticar a aquellas personas que, desde dentro de esos mismos movimientos, contradicen los valores cristianos. Por eso es relativo el compromiso humano-político del cristiano, porque el cristiano no puede absolutizar ningún movimiento político, lo cual implica¬ría ponerse en una posición totalitaria.


Entonces, en el Evangelio encontramos una invitación a llevar una vida austera, exigente y sacrificada. Esto solamente lo podemos asumir si estamos profundamente convencidos del amor que Dios tiene por nosotros. Necesitamos, sentirnos hondamente amados por Dios, para poder amar a los demás y para poder asumir la lucha que hoy tienen que asumir todos los cristianos, así sean obispos, sacerdotes religiosas por la justicia.


El compromiso político del cristiano es irrenunciable entendiendo la política como la definía santo Tomás de Aquino: "La acción tendiente al bien común." Yo creo que actualmente están ocurriendo dos co¬sas muy importantes en el cristianismo. Por un lado, los cristianos en general están asumiendo un compromiso político, un papel; están luchando para que el pueblo acceda al poder, para establecer estructuras sociales que no sean de explotación sino de liberación. Por otro lado, hay gestos de los hombres de la Iglesia que son significativos como, por ejemplo, que estemos haciendo una revolución económica dentro de la Iglesia, que las monjas del Sagrado ·corazón cierren el colegio de Arenales y Callao y se vayan a Mataderos o a La Rioja. Estas cosas son importantes porque demuestran que se busca confiar en valores verdaderos, Y no por ejemplo en el estatus, el apellido. Estos cambios a veces son dolorosos, porque en muchos casos se estaba trabajando con recta intención, pero desfasados de la realidad. Todo esto es así porque el cristiano llene que mirar la realidad desde la óptica de los pobres. Jesús no oligarca ni militar, era un humilde carpintero. Era pobre y los suyos eran los pobres.


Es verdad que Él nunca hizo distinción de personas por ser ricos o pobres (prueba de ello es la anécdota del publicano Zaqueo), pero sí hacía clara distinción de grupos; nunca anduvo con oligarcas, por decirlo de forma simple y concreta. Cuando fue a visitar a Zaqueo, que era rico y considerado traidor por su propio pueblo, porque trabajaba cobrando impuestos para los dominadores extranjeros, de lo que le quedaba una buena tajada; cuando Cristo lo fue a visitar, decía, Zaqueo se convenció de que debía repartir sus bienes y devolver lo que había mal¬ habido, para poder seguirlo a Jesús. Igualmente, los cristianos tenemos que amar verdaderamente a los ricos, pero anunciarles, por amor, que, si no cambian de vida, irán al Infierno.


A veces, le negamos la comunión a un cristiano porque engaña a su mujer con la secretaria, y está bien hecho; ¿pero acaso le negamos la comunión porque tiene una estancia en Mar Chiquita, una casa en otro lado, etcétera, y además explota a sus obreros?
Esta Navidad me sucedió algo extraordinario y emocionante. El 25 a la mañana, removiendo unas maderas en la villa, encontré que un matrimonio con su hijito, que habían llegado de Rosario a las tres de la mañana, había dormido allí, debajo de esas maderas. Tal como les ocurrió a María y José cuando nació el Señor, no hubo lugar para ellos. Por eso, en la misa anuncié que Cristo había venido de nuevo en ellos porque no había lugar, nadie les había dado lugar. Tenemos que tener esa perspectiva de los pobres, y desde allí buscar la salvación de todo. Especialmente nos tenemos que preocupar por, la salvación de los ricos, que según el Evangelio son los que más difícilmente se van a salvar. Es nuestra obligación hacerles ver que, si no ponen sus bienes al servicio de la comunidad, no se van a salvar. Pero no sólo con pala¬bras, se lo tenemos que decir con el ejemplo.


En muchos casos, los hombres de la Iglesia estarnos impedidos, co¬mo maniatados, de hablarles a los ricos con claridad y con libertad, por¬ que en realidad estamos comprometidos con ellos, capturados; tenemos los mismos criterios de análisis (la perspectiva de los ricos), Y a veces hasta la misma forma y nivel de vida. Tal el caso de un monseñor que me aseguraba que aquí no hay miseria. "No -le contesté-, aquí en la curia no hay miseria, ciertamente". Y en relación con la hora ac¬tual de nuestro país, no creamos que el 25 de mayo pasado se acabó con la pobreza y los problemas se solucionaron. Nuestra obligación es estar firmemente al lado de los humildes. Sigue habiendo desocupación, subsisten muchas injusticias. Recientemente, un funcionario elegido por el pueblo tuvo el caradurismo de hacer una fiesta pantagruélica para el casamiento de su hija, mientras el pueblo aún sufre explotación y hambre. Esas cosas las tenemos que denunciar. Yo hice una denuncia en un reportaje que me hicieron para la revista Siete Días, pero esa parte la sacaron, porque en realidad hay libertad para expre¬sar, pero no mucha. El sistema capitalista sigue en pie, y nos sigue haciendo creer, a través de todos los medios de difusión, que la felicidad está en el tener. Por eso los cristianos tenemos que estar presentes en la lucha contra la injusticia, la explotación, por la libertad; y presentes en la profunda revolución cultural que debemos realizar desde el Evangelio. Tenemos que crear una sociedad nueva donde sea reconocida y valorada la capacidad de amar, de servir, la solidaridad; y no creer que el premio tiene que ser en dinero. La injusticia en que viven los obreros no se soluciona simplemente con que ganen más dinero. Eso es na¬da más que lo elemental, el principio. Pero el reconocimiento de la sociedad a los valores espirituales de las personas también debería ser un premio.


En síntesis, como lo señalan los obispos reunidos en San Miguel, en el documento de justicia del episcopado (1969), la acción del cristianismo tiene dos dimensiones, dos instancias en las que se realiza. La pri¬mera es la dimensión personal, absolutamente irrenunciable; significa, en pocas palabras, vivir amando a los hombres como Cristo nos amó a nosotros. Ése es el nuevo mandamiento que resume todos los demás. La otra dimensión es la social o estructural. Esta dimensión la hemos descubierto, o valorizado en los últimos años, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II y, particularmente, de la encíclica Populorum progressio, que yo diría es "el acta de fundación remota" del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Sin ese documento, sería imposible la existencia de tantos movimientos revolucionarios dentro de la Iglesia. La dimensión social no niega la anterior, sino que la completa. Dicen los obispos: "... afirmamos que la virtud de la justicia se encarna en la vida entera de la sociedad. No basta dar a cada cual lo suyo en el plano meramente individual". Esta es la concepción revolucionaria que aportan los obispos; revolucionaria para nuestra época, porque en rea¬lidad responde a las más antiguas concepciones de nuestra religión. En la Biblia, el pecado tiene una dimensión social, colectiva, aparte de la personal, individual. De allí sacan los obispos este concepto, agregan¬ do que, entonces, el pecado es rechazar el amor e instalar la injusticia, en todos los órdenes. Entonces, por ejemplo, el pecado sexual consiste en tratar sexualmente a la otra persona como una cosa, deshumanizándola; porque la sexualidad humana tiene una dimensión espiritual aparte de la animal, y es pecado aceptar ser menos que hombre en cualquier orden. Entonces, el rechazo del amor y la instalación de la in¬justicia se dan en el interior del alma humana, implican una aceptación interior. De allí la necesidad de la conversión. Esa es la profunda revolución interior que tenemos que hacer, sin la cual es inútil que hablemos de revoluciones sociales y políticas. No puede haber cambios duraderos hacia la justicia en las estructuras sin el debido correlato en interior de los individuos que las forman.


Fue un gran escándalo en el Concilio Vaticano II que se tuviera que levantar un obispo para decir: "... pero, hombres, la Iglesia también es de los pobres...". La situación tendría que haber sido a la inversa, o sea, que se hubiera levantado un obispo para decir: "... acordémonos también de los ricos, porque ellos también tienen que salvarse...". Porque el lugar natural de la Iglesia tendría que ser con los pobres, y desde allí ser enviada a los ricos. Gracias a Dios, creo que en América latina eso está cambiando, se van multiplicando los signos de compromiso con los humildes.
La mayoría de las instituciones, cuando fueron creadas, lo fueron para los humildes, como las congregaciones y los colegios religiosos pero los que vinieron después fueron desnaturalizando esos objetivos Por eso, si viniera ahora san Francisco de Asís, los propios franciscanos lo colgarían, porque les rompería todo su esquema actual, aunque por suerte actualmente ya hay otra vez franciscanos que evolucionaron.


Como también dicen los obispos en San Miguel, la vocación suprema del hombre es una sola, la divina. Por lo tanto, nosotros tenernos que anunciarles a todos los que son hijos de Dios. Esto es absolutamen¬te irrenunciable y nunca podrá callarse o disimularse. Por eso, a la gente de la villa le digo todos los días que son hijos de Dios y que, por la dignidad que eso implica, no deben permitir que ningún patrón los ex¬plote, tienen derecho a elegir quién los gobierne y de exigir que se los respete como seres humanos. La vocación del hombre es una sola: la divina; por eso, la misión de la Iglesia es una sola: salvar integralmente al hombre. Ya en la actualidad los obispos usan la palabra "liberar" en vez de salvar, o le agregan a ésta "integralmente" para evitar todo equívoco, para reivindicar todo el ámbito de la promoción humana como parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. Es nuestro deber trabajar por la superación del hombre e iluminar el proceso de cambio de las estructuras injustas y opresoras generadas por el pecado.